El éxito del proceso de coaching está ligado a la metodología que se aplica, a la cultura del contexto social y organizacional, al perfil del coach (la persona que facilita el proceso), a la actitud del coachee (la persona objeto del coaching) y a la relación que se establezca entre los dos.
La función de un coach es transportar real o metafóricamente a alguien desde el punto en el que está hacia otro al que quiere ir. Este significado es perfectamente aplicable al concepto actual, que considera coach a una persona que ayuda al coachee a trasladarse desde una situación en la que se encuentra incómodo o bloqueado hasta otra a la que aspira llegar. Sólo en muy pocas ocasiones el coach prescribe soluciones: su rol es generar un diálogo socrático por medio del cual el coachee encuentra las respuestas por sí mismo.
Lejos de alcanzar su nivel de profundidad, el desarrollo del coaching estuvo ligado a otras disciplinas que crecieron notablemente durante fines del siglo XIX y en el siglo XX, como la psicología, la sociología, la psiquiatría, el counseling y la biología del cerebro. Hacia 1980 el coaching se especializó. Aparecieron modalidades como el “deportivo”, el “ejecutivo”, el “autocoaching”, el “de vida” y otros. El modelo GROW desarrollado por Sir John Whitmore en su libro Coaching for Performace, le dio una forma práctica y accesible para aplicar en el lugar de trabajo.
Para Whitmore, “el coaching es una forma suave de despertar la conciencia sobre los desequilibrios existentes y de ayudar a que la persona encuentre un camino hacia delante que resulte provechoso para su trabajo y su función en la sociedad”.
La práctica se ha extendido entre los ejecutivos que recurren a coaches externos a las empresas. Una relación de coaching debe facilitar la elaboración de un diagnóstico de la situación por la que atraviesa el coachee, debe desarrollar una visión de futuro, y debe fijar acciones y metas concretas en un período de tiempo acotado.
Las compañías que encaran el coaching de manera institucional intentan desarrollar una cultura que persigue la transformación del estilo de liderazgo. Buscan dejar atrás las formas verticalistas de gestión para adoptar modos más horizontales, apoyados en la comunicación, en el diálogo y en el autoconocimiento. El objetivo final es que la práctica se arraigue entre los miembros de la organización para que se convierta en un estilo de gestión más que en una simple herramienta.
La organización que consigue desarrollar la cultura del coaching exitosamente entre sus empleados adquiere una capacidad distintiva difícil de superar. El mayor legado del coaching es formar líderes que “aprendan a aprender” por sí solos; líderes humildes, conscientes de que “saben que no saben”, actitud imprescindible para responder adecuadamente a los desafíos de un entorno cambiante y ambiguo. Sócrates lo había anunciado hace más de 2400 años. Sus enseñanzas siguen manteniendo la misma frescura de entonces.
Fuente: Diario La Nación Eugenio Marchiori Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella